Vivimos un tiempo especial. Este año 2020 que se nos va, quedará en el recuerdo de toda la humanidad como un año triste. Por miles se cuentan los muertos, las relaciones han cambiado, los paradigmas y estructuras se han sacudido, el mundo está cambiando a pasos acelerados y nos toca preguntar lo que el salmista expresaba en el Salmo 11:3: “Si se destruyesen los fundamentos, ¿qué puede hacer el justo?”.
“Zoom”, “Jitsi”, “online”, “en vivo”, infinidad de nuevos términos que nos muestran la dimensión de la nueva realidad a la que hemos entrado sin proceso de transición ni adaptación, ni siquiera preparación, simplemente nos hicieron despertar a un lugar donde sabíamos que debíamos llegar, pero lo evitábamos. Así, como cristianos, fuimos sacudidos en nuestra más profunda fibra en donde nos aferramos a nuestros ritos y liturgias. Muchas veces, llorando, hemos pensado que se nos desmoronó el mundo donde tan cómodamente vivíamos, y ese es el tema: la comodidad donde vivíamos.
Cuando revisamos la Gran Comisión, por todas partes nos impulsa a “ir”, “salir”, “hacer” y en el epítome de nuestra espiritualidad, Jesús le dijo a un abigarrado grupo de creyentes, que esperen en Jerusalén hasta que venga sobre ellos el Espíritu Santo (Hechos 1:8), indispensable para poder ser un testigo. La Misión fue dinámica y apunta a donde Dios siempre miró: a fructificar y multiplicar (Génesis 1:28). Siempre estuvo en el corazón de Dios la Misión, y es por eso que la historia nos muestra ese principio.
Desde que Adán fue expulsado del huerto del Edén, su misión era fructificar y llenar la tierra. Al fracasar esta idea, Dios envía el diluvio. Va de nuevo con la generación de los hijos de Noé. También debían llenar la tierra, pero se vuelve a frustrar ese objetivo en Babel, y Dios confunde su comunicación. Solo así se pudo cumplir este propósito, y se agruparon de acuerdo a su lengua y ocuparon la tierra.
Dios sigue avante con su plan y ahora llama a un pagano con fe, Abraham, y saca de sus entrañas a un pueblo que tenía que difundir el conocimiento de Dios a toda la tierra, hasta que se truncó nuevamente esa idea, y en vez de salir de Israel el testimonio de Dios a las naciones, lo centralizaron en el templo de Jerusalén.
Nuevamente Dios lleva a cabo su plan y se hace hombre, y ejecuta la tarea que transformaría el mundo para siempre: la redención. Este acto invaluable Dios lo pone en manos de su iglesia, para reconciliar al mundo con Dios, convirtiéndonos en embajadores (2 Corintios 5:20). Sin embargo, la historia sagrada nos muestra que nuevamente el plan de Dios era ser testigos en Jerusalén, Judea, Samaria y hasta lo último de la tierra.
La naturaleza humana se acomoda a su status quo y se quedan en Jerusalén, hasta que en Hechos 8, Dios envía una persecución que dispersa a los cristianos, llevándolos a cumplir la misión, y usa al ejecutor, Saulo de Tarso, como un instrumento fundamental para de ahí, llevar las misiones a todo el imperio romano.
Este año la pandemia nos vuelve a sacudir de nuestra comodidad y nos hace ver que el tiempo de las misiones es ahora. Esta nueva realidad nos presenta nuevos desafíos para la iglesia en su misión: la incorporación de tecnologías nuevas, configuración de nuevos estilos en las relaciones, nuevas formas de vida cotidiana en lo laboral, comercial, educativo y eclesial.

Como dijo el apóstol Pablo en Romanos 12:2: “No os conforméis a este siglo… transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento…” Todo esto, con el propósito de comprobar la buena voluntad de Dios.
Somos desafiados a:
- Conectar un nuevo estilo de adoración comunitaria, personal y familiar.
- Socializar virtualmente, donde expresamos emociones sin contacto.
- Aprender a ver números sin rostro, sin embargo, a identificarnos con ellos.
- Hacer del mensaje, el eje de esperanza y redención que la gente necesita.
- Mostrarnos como comunidades grandes pero pequeñas, a fin de proveer medios de confianza a la gente para expresar su fe.
- Hacer de las misiones, la estrategia vital de desarrollo, ya que el mundo se achicó, y nos queda ahora a un click de distancia.
Hermanos, empecemos a ser un instrumento de transformación, entendiendo que el Evangelio es el único instrumento real que puede transformar al ser humano, y somos el último depósito de confianza y esperanza que le queda al mundo. Seamos luz y sal en estos tiempos, y entendamos que hoy no necesitamos viajar miles de kilómetros a tierras distantes para poder cumplir con la misión.
